Una mañana en el Mercadillo de Tegueste

EBFNoticias | Sergio Lojendio |

Según levanta el día las nubes van derramando sus sombras entre los valles, jugando a extenderse más allá de donde alcanza la vista, camino de la costa. La gente se despereza, despierta a los chiquillos, todavía remolones, y agarra los bártulos mientras repasa mentalmente la lista de la compra, la sabrosa cita de cada fin de semana.

Así viene sucediendo desde que en julio de 2004 el Mercadillo del Agricultor y Artesano de Tegueste abrió sus puertas al público, por entonces con apenas ocho modestos puestitos, una terraza superior con sólo dos zonas habilitadas, sin las pérgolas que a día de hoy protegen del sol y la lluvia; tampoco existía el área infantil, ni siquiera el porche que resguarda la zona de la cantina y el acceso sólo podía realizarse por la calle Asuncionistas, debido a que la calle Ramírez estaba inoperativa, pero con todo aquel lugar ya destilaba un particular encanto.

Por aquellos años, la comodidad del ‘todo incluido’ en un solo espacio se imponía en un mundo donde ya mandaban las prisas, la dictadura del tiempo, además de factores que como la accesibilidad y la presión del márquetin y la publicidad condicionaron los hábitos de compra.

Lo cierto es que a medida que los supermercados y las grandes superficies han ido colonizando nuestro entorno urbano y amenazan también los ámbitos rurales han disminuido progresivamente las opciones de disponer de productos frescos y de temporada, mientras que por el contrario se multiplica una oferta de baja calidad basada en un infinito catálogo de ultraprocesados. Es el precio a pagar que impone el mal llamado progreso.

Mientras tanto, y desde hace dos décadas, aquel original Mercadillo del Agricultor y Artesano de Tegueste ha crecido sin perder su esencia, la frescura y el valor de la cercanía, adaptándose a las necesidades que han ido demandando los clientes y convertido ya en una parte viva del municipio, de la comarca, formando parte del imaginario del pueblo como un rincón atractivo, amistoso y familiar, seña de identidad y de orgullo. Ahora con más de 34 puestos y una infraestructura acogedora, los agricultores, ganaderos, pescadores y artesanos venden directamente al consumidor, cara a cara y evitando así a los falaces intermediarios, ofreciendo desde una excelente selección de frutas y verduras de temporada recién recolectadas a productos ecológicos; pan artesanal, vinos de la comarca, carnes como la de cochino negro, pescados llegados de la Cofradía de la Punta, huevos camperos, quesos y lácteos o mieles naturales así como flores, plantas y artesanías hechas a mano. Hasta se diferencian de la frialdad de los supermercados por los nombre de puestos como Se me fue el baifo, Medianito, Folelé, Calabazo, Noria… rasgos de personalidad.

Por megafonía y sobre el suave murmullo de los puestos se escucha un mensaje en alemán, recomendando a los clientes extranjeros los productos de temporada y advirtiéndoles que disponen del servicio de cantina. Este espacio gastronómico se nutre del mejor producto, la despensa del mercadillo, ingredientes frescos y de proximidad que se brindan con una atención cercana y profesional con una carta que incluye una variada selección de elaboraciones como arepas, bocadillos, tostas y sándwiches -algunos de ellos galardonados en certámenes nacionales-, así como zumos naturales preparados al momento además de la golosa repostería tradicional.

A su costado se encuentra el puesto que lleva por nombre ‘La Cocina de Aquí’, un punto de valorización de los productos locales que ha servido para impulsar la enogastronomía, tratando de remarcar que el alimento congelado o transformado es menos deseable que el fresco. A lo largo del tiempo por este espacio han pasado destacados profesionales de la gastronomía canaria, así como cocineros en fase de formación que han tenido la oportunidad de desarrollar sus habilidades.

Este ámbito dinamizador de la economía rural donde se preservan las tradiciones, desde el respeto a las personas a la imagen de una antigua trilladora de la década de 1930; donde se potencia la idea de la soberanía alimentaria, acaso una utopía pero que se lucha a diario, o se apuesta por el derecho ciudadano a una alimentación sana y la sostenibilidad, también representa un punto de encuentro social y cultural, fomentando la relación entre vecinos, con los visitantes, y que testigo de su tiempo incorpora servicios como la señal wifi, pago con tarjeta, una máquina de reciclaje, un minipunto limpio…

De fondo, aquella plácida mañana de domingo los niños reían y cantaban, convertidos en aventureros piratas que surcando los mares de la fantasía descubrían mundos imaginarios, como lo hace también el Mercadillo. No es una fábula, es el futuro.